Es claro que este ministerio es definitivo para la vida de la Iglesia. No podemos olvidar la voluntad del Señor: “Pidan al dueño de la mies que envíe obreros a sus campos”. Todo el pueblo de Dios está llamado a actuar, ante todo, con la oración y el testimonio. Al respecto el Concilio Vaticano II, es muy claro cuando nos enseña que “el deber de fomentar las vocaciones pertenece a toda la comunidad de los fieles, que debe procurarlo, ante todo, con una vida totalmente cristiana. Es deber de los Obispos impulsar a su grey a fomentar las vocaciones y procurar la estrecha unión de todos los esfuerzos y trabajos, y de ayudar, como padres, sin escatimar sacrificio alguno, a los que vean llamados a la heredad del Señor” (OT 2).
Partiendo de toda la estructura diseñada por la Iglesia universal para el debido funcionamiento de los Seminarios Mayores, hemos querido integrar dentro del ministerio de pastoral sacerdotal a los candidatos al sacerdocio. La razón fundamental se apoya en la unidad del llamado al sacerdocio por parte del único Señor, como don y misterio. Desde el primer signo vocacional en nuestra infancia, adolescencia y juventud, hasta la venerabilidad del presbítero mayor, se vive un encuentro íntimo con el Señor en la oración y la fidelidad, como respuesta permanente a la vocación recibida. Y dentro de este espíritu, debemos tener muy claro que cada sacerdote está llamado a ser el mejor formador y promotor vocacional. Esta es una tarea sagrada y urgente del presbítero.
Comprometer a todo el pueblo de Dios, en la sagrada misión de orar, promover, acoger, y acompañar a todos aquellos que manifiestan haber recibido el llamado vocacional, para que durante el proceso formativo, puedan discernir con libertad y responsabilidad la voluntad de Dios.
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