Mensaje de Cuaresma

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“YO DOY MI VIDA POR LAS OVEJAS” (Jn. 10,15).

Esta afirmación del Señor, no fue una frase complementaria en un discurso dominado por falsas promesas y aparentes actitudes heroicas frente a sus discípulos y al pueblo que lo seguía.

Antes de afirmar que quería dar la vida por las ovejas, el Señor dijo: “Yo soy el Buen Pastor” (Jn. 10,14). Esto significa que como Buen Pastor está decidido a defender las ovejas si es necesario con su propia vida, de las acechanzas de los asaltantes y de los lobos. La fuente de estas afirmaciones del Señor, es la perfecta unidad en la verdad y el amor que su alma sentía con respecto a la misión encomendada por su Padre.

En esta Cuaresma los invito a entrar en lo más profundo del corazón del Maestro, para comprobar la esplendorosa comunión que existe entre Él y su Padre con la fuerza amorosa del Espíritu Santo. Allí en el seno de la Santa Trinidad existe un fuego eterno de amor que se irradia en toda la creación, principalmente en esa criatura única, irrepetible y predilecta en quien Dios imprime su imagen y semejanza, como es el ser humano.

En la tragedia del mundo, inaugurada en la hora oscura del pecado original, aparece la muerte con un poder destructor que busca arrancar a las criaturas de las manos bondadosas del Creador. Pero en este escenario de dolor, surge un Cordero inmaculado, un enviado de Dios que confirma su presencia en el mundo como Alguien que no puede ceder nunca y por ningún motivo a las pretensiones del demonio, del pecado y de la muerte. Él se juega su vida con tal de cumplir la misión de salvar a las ovejas que deambulan por el mundo. Por eso el Señor puede afirmar: “Yo doy mi vida por las ovejas”. Y lo hizo literalmente. Reafirmó la verdad de Dios y la verdad del hombre, a quien Dios llama a retornar al ámbito divino, teniendo como guía la sangre derramada por el Maestro desde el tribunal de la sentencia hasta el Calvario. Cristo Crucificado fue la prueba final del Buen Pastor que dio la vida por sus ovejas.

En esta hora de tinieblas, el Evangelio de San Lucas 24, 13-35, nos narra lo que aconteció con los discípulos de Emaús. Ellos regresaban a esa pequeña población cercana a Jerusalén con el alma destrozada porque fueron testigos del triunfo del mal y del pecado contra su Maestro, Jesús de Nazaret, quien fue vencido en el patíbulo de la cruz. Dan por terminada la esperanza de salvación que el Profeta de Galilea había despertado y sembrado en sus corazones. Pero en ese retorno amargo aparece el Crucificado, cubierto con el velo de la carne humana llena del espíritu de la nueva creación, con la fuerza invencible que posee el Resucitado, quien se les aparece para encender en sus corazones una esperanza definitiva y eterna. Lo reconocen en la fracción del pan como lo hacemos nosotros desde hace veinte siglos en la Eucaristía.

Contemplemos de nuevo en esta Cuaresma al Cordero que está en pie, degollado y vivo, que nos mira desde la Cruz. Escuchemos su voz que es la del Buen Pastor que dio la vida por sus ovejas y volvamos al redil del amor y el perdón, mediante el arrepentimiento y la conversión. No nos dejemos robar por el mundo la paz y la alegría que nos da la certeza del amor misericordioso de Aquel que triunfó sobre el pecado y sobre la muerte.

Abracemos a la Madre Dolorosa, para que Ella nos guíe hacia su Hijo Jesucristo, en la mañana gloriosa de la Resurrección.

 

Pereira, marzo de 2019

 

 

+Rigoberto Corredor Bermúdez

Obispo de Pereira